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Día Mundial del Medio Ambiente. Recuperamos el primer artículo y prueba del Tesla que hicimos en 200


Me han dicho muchas veces que soy un tipo con suerte. No lo sé, la verdad es que nunca me han regalado nada y he luchado duro para conseguir mis objetivos, siempre aprovechando todas las oportunidades que se han cruzado en mi camino.

El pasado mes de Enero mi chica me invitó a San Francisco. Ella tenía que desplazarse por motivos profesionales pues tenía que trabajar en un catálogo de moda para una firma americana. Jamás había estado en la costa Oeste de Estados Unidos, así que no podía desaprovechar la oportunidad que se me había presentado.

Los primeros días recorrí los lugares más famosos de la ciudad como el Golden Gate y Alcatraz. Monté en el tranvía hasta la sinuosa calle Lombard. Muchos de sus paisajes me eran más que familiares. No en vano sus calles albergaron la persecución de coches más famosa de la historia del cine en “Bullitt” –Protagonizada por Steve McQueen en 1968– o las escenas más cómicas al volante de “Herbie”.

Ya sea por el celuloide o no, San Francisco tiene cierta tradición automovilística

y como todo en la vida evoluciona. Meditando sobre esto se me encendió la bombilla. A tan solo media hora de la ciudad, en pleno Silicon Valley, la evolución del automóvil tiene nombre y este no es otro que Tesla.

La revolucionaria firma estadounidense de coches eléctricos Tesla estaba demasiado cerca como para desaprovechar la oportunidad de visitarlos. Necesitaba un plan para probarlo así que me ingenie una idea de lo más original. Mi cabeza empezó a darle vueltas al asunto, mientras mis piernas bajaban pr Geary St. hasta cruzar Union Square. Necesitaba un coche para llegar al 300 del Camino Real de Menlo Park, la sede de Tesla. Como desafortunadamente todavía no había ninguna delegación de GentlemenDrive en San Francisco, me tuve que conformar con las ofertas de Hertz. Me apetecía probar el nuevo Dodge Challenger pero aún no lo tenían disponible, así que mis pretensiones de alquilar un auténtico “Muscle Car” se reducían a un Ford Mustang.

El cielo se abrió ante mi cuando la imponente chica afroamericana que me atendió me gritó un “Hold On”, a lo Aretha Franklin. Tengo un precioso Corvette que me acaba de entrar. Sin dudarlo un segundo lo alquilé. Al llegar a la planta indicada del parking, no tuve ninguna duda de cual iba a ser mi nueva montura; aunque sí una tímida sensación de vergüenza. De los más de cien vehículos que allí reposaban, el amarillo chillón del Corvette parecía que me señalaba con el dedo. Me acerqué, vacilando un poquito, ya que siempre he sido algo más discreto en mis elecciones, pero que narices, estaba de vacaciones y This is America!

Pulsé el mando y los intermitentes se encendieron como señal de apertura pero se me encendió también mi particular bombilla. Más que una gran idea tenía a mi alcance un brillante reportaje.

“The old and the new way of American Muscle Cars”

Aunque en las carreteras americanas el tema de la velocidad está casi tan controlado como en España (no hay radares, pero si las típicas patrullas que salen de la nada como en las películas). Me decidí lanzarme a la calle a disfrutar del sueño americano.

Las sensaciones al volante de la enésima evolución del mítico Corvette, cuya tradición en Europa sólo es comparable a la del Porsche 911, fueron una experiencia sensacional. Dejando el vistoso color amarillo a un lado, el vehículo lucía una franja negra desde el frontal hasta la trasera, que le transfería una imagen aún más deportiva, incluso podríamos decir algo gamberra. Por si faltaba algo montaba unas llantas en acabado cromado, dispuestas a quemar las pupilas de los más curiosos. Me había convertido en un chico malo así que sólo me faltaba pisar el acelerador a fondo y burlar a las posibles patrullas de tráfico.

Aunque el Corvette es un deportivo con todas las de la ley, los 436 CV que genera su V8 quedan eclipsados por la alta dosis de confort de sus suspensiones, demasiado blandas. Así pues la adrenalina se sirve en línea recta, con su desbocada aceleración.

Al llegar a Menlo Park, corazón de Silicon Valley, percibí que estaba en una zona especial. Junto a la inmensa concentración de empresas dedicadas a la informática y a las nuevas tecnologías se concentran también residen un gran número de multimillonarios que han hecho fortuna en las últimas décadas en este sector.

Uno de estos jóvenes genios es Elon Musk, que después de vender PayPal –una de las aplicaciones de venta segura por internet más conocidas– al gigante Google por una desorbitada suma de dinero en 2003 se embarcó en la aventura que habían iniciado dos ingenieros: Martin Eberhard y Marc Trapernning. Revolucionar el mercado automovilístico con una nueva generación de vehículos electrizantemente eléctricos.

Una vez aparcado mi Corvette frente a las instalaciones de Tesla, me presenté a su staff como un “periodista” español especializado en motor y les comenté mi idea de comparar el ayer y el mañana del deportivo americano. La idea les encantó y en apenas unos minutos tenía a un responsable de Tesla a mi entera disposición junto con las llaves de un Roadster en mi mano. ¡Aquí empezaba una electrizante prueba llena de sorpresas!

La primera fue justo al arrancar el coche, creo que le dí al contacto como 4 o 5 veces antes de percatarme de que ya estaba encendido. Menuda sorpresa, ¡el coche no hacía ruido! Por unos instantes pensé que estaba a los mandos de un vehículo totalmente aséptico e insípido por su falta de sonido. Sin embargo, todo cambió cuando pisé el pedal derecho. El coche empuja con gran contundencia y su aceleración es asombrosa. Cuando el motor eléctrico gira a tope podemos escuchar un silbido similar al de una turbina que motiva a dar todavía más gas.

Definitivamente el Tesla no es sólo un magnífico ejercicio de marketing, es una realidad con tecnología de vanguardia. Incluso la mismísima Mercedes-Benz ha contratado sus servicios para que desarrolle y equipe a la nueva generación de Smarts eléctricos.

A nivel estético y sobre todo en proporciones, el Tesla tiene muchas similitudes con el último Lotus Elise, no en vano comparten bastantes componente entre si. De hecho la legendaria firma inglesa es la responsable del ensamblaje así como del chassis en aluminio. Aún así, el Tesla desborda originalidad por los cuatro costados. La vistosa carrocería tipo Targa proporciona una receta ideal entre confort y sensaciones.

Su conducción es suave y agradable, aunque quizás la dirección es demasiado dura para un uso en ciudad. La autonomía te permite superar los 300 km, no está nada mal.

Si tenemos en cuenta su condición de vehículo ecológico tenemos que destacar que la aceleración es tremenda al igual que sus prestaciones.

Su cockpit, aunque pequeño y algo espartano tiene unos acabados aceptables. Aunque se perciban pequeños fallos aquí y allá, uno hace la vista gorda ya que el aura que transmite hace partícipe a cualquier apasionado del motor a esta original y atrevida apuesta.

Después de probar el futuro, me subí de nuevo al Corvette, asombrosamente el deportivo de GM había envejecido de la noche a la mañana. Ni los piropos recibidos por parte de atrevidas chicas en la autopista al verme al volante del Yellow “Vette” en el viaje de regreso a San Francisco, ni la idea de emular a nuestro socio y buen amigo Antonio García –piloto oficial del equipo Corvette–, pudieron consolar mi extraña sensación de estar haciendo algo incorrecto.

A caso ha llegado el fin para las grandes cilindradas, el ruido estremecedor y los tubos de escape. Dejaremos de hablar de aceleración y en cambio sí lo haremos del tiempo de recarga. Sólo el tiempo nos los dirá. Pero lo que si estaba claro es que mi semana en la Costa Oeste americana fue de lo más electrizante!

Oriol Vilanova

GentlemenDrive Magazine

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